18 feb 2010

Un corte

¿Cuántas veces en la vida uno se corta? Sí, se corta, se hace una herida. Esta mañana me corté como hacía muchísimo tiempo no lo hacía: rasurándome las piernas. El hilo de sangre, el dolor instantáneo y el ardor permanente me han hecho recordar esas pequeñas y grandes heridas, hechas por accidente o con alevosía y ventaja.
De las primeras tengo muchísimas que delatan mi niñez inquieta: me encantaban subirme a los árboles, andar en bici con todo lo que mis fuerzas me permitieran pedalear, los patines sin rodilleras ni coderas no son lo más viable de usar, jugar basquetbol entre niños, bajarme al canal que está aun lado de mi casa...y muchas más que darían fe que no fui precisamente una niña que se la llevaba jugando barbies.
Las segundas, hechas con alevosía y ventaja, destaca una: un ojo dibujado en la piel. Otras, aunque no dejaron marcas visibles, fueron heridas mortales provocadas por palabras-lanza que tentaron llevar a la muerte a hermandades cosechadas en el camino, esos amores especiales que uno podría meter la mano al fuego por ellos.
Ahora que el dolor se calmó, y el ardor desapareció de mi pierna, herida por un rastrillo, me doy cuenta de lo fácil que cicatrizo, de lo rápido que me sobrepongo al dolor y de mi capacidad de seguir adelante sin arrastrar resentimientos.
Es ahora que sin querer y por una simple cortada de rastrillo me he dado cuenta de que poseo una gran virtud: Fortaleza.

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