26 ene 2007

Ausencia

Me duele tu ausencia, recorro la cama y tu ya no estás. El cuarto se ha quedado sin tí, pero me duele más saberme sola de tí. Te lloro, suspiro y aspiro por ti, el corazón está a punto de reventarse de dolor, pero la vida sigue, y si algo dejaste tatuado en mi alma es el espíritu de guerrera.

Te amo, donde quiera que estés.

19 ene 2007

Paseo estelar

Existe un paseo de árboles estelares, donde al final existe un castillo, donde al caer la noche sale a rondar los alrededores un ángel de alas de oro con pecho de mujer. Yo siempre lo espero al pie de su pedestal, para que el viento de sus alas roce mi rostro y juegue con mi cabello. Mientras, observo a los hombre-hormiga pasar por el camino estrellado deleitandomen con el vaiven bicolor de sus luces.

Viento

Caminando hacia los leones, uno puede pensar que las cosas van de mal en peor, pero cuando el viento te acaricia la cara y juega con tu cabello; es un consuelo que no se puede rechazar. Las cosas quizás no vayan tan mal.

11 ene 2007

Elucubración

Lo cierto es que hay días muy lindos, hay días muy malos y hay días realmente nefastos en los que pienso que no fue buena idea levantarme de la cama; sin embargo, hoy, viendo El David bañándose en la fuente de la Plaza Janeiro, mientras camino y disfruto del sol y el aire frío debo confesar que esta es la más grande y excitante aventura que he emprendido.

Además, no cabe duda que los xoloescuintles realmente me hacen el día.

Traseros rojos

Si enumeramos mis lugares favoritos de la ciudad, ése es el Paseo de la Reforma y es por dos cosas: el Ángel de la Independencia (que por alguna extraña razón tiene pechos y se le atribuye artículo masculino) y sus árboles de estrellas. Pero de todo esta avenida el lugar ideal es la glorieta donde está el Ángel.

Se avecina la Navidad y en esta peculiar avenida, débil ya por tantas marchas y tráfico, se llena de luz: los árboles estrellas alumbran en verdad ¡así como lo lees!

Sus troncos han sido invadidos por serpientes luminosas que suben como si quisieran alcanzar sus hojas estrellas que titilan con el movimiento del viento.

Sentada en la glorieta acompañada del Ángel y viendo hacia el Castillo Chapultepec, se puede ver como las arbotantes del Paseo se opacan ante la luminosidad de los troncos, los cuales junto con los traseros rojos de los carros (si van hacia el castillo) y sus brillantes ojos amarillos (si me ven a mí) dan un espectáculo maravilloso, digno de ingresar a una lista de desfiles navideños, ya que además, es acompañado por la melodiosa música que producen los silbatazos de los tránsitos (un devenir de luz, pareciera un río luminoso).

Así es como se pintan las noches en Reforma, de donde los fantasmas del Castillo de Chapultepec, ven a estos chilangos locos, ir y venir durante las noches frías por la avenida.

Leones durmiendo

De repente lo escuché. No daba crédito a lo que mis oídos captaban como antenas receptoras: a mi lado un león roncaba.

Es verdad que el D.F. es la selva de concreto, y que en ella hay personajes urbanos que te dejan sin aliento, pero ¿un león suelto?

Éste espécimen en particular me dejó sin habla por unos momentos y con una carcajada en los segundos siguientes, la cual al ver que mi vida corría peligro, pues despertar al rey de la selva no es cualquier cosa, me comí la risa.

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Encontrarse al rey una vez puede ser un honor; una segunda vez, puede ser casualidad; pero una tercera, es cuestión del destino: el león me perseguía por la ciudad.

Cuando un mamífero de este tipo duerme, he escuchado de buenas fuentes, que no es bueno despertarlos, ya que montan en cólera y tu vida puede peligrar: un zarpazo, un rugido… uno nunca sabe lo que puede suceder con estos felinos.

Lo cierto es que la tercera vez que lo encontré, no pude evitarlo y la risa tragada salió. Se despertó, y aunque con algo de miedo en mis ojos, el cuadro no podía ser más cómico y surrealista: En el metrobus, viendo la luna llena a través de la ventana y como iluminaba las calles vacías por la hora madrugadezca (5AM) y lo que podría ir acompañado de una melodiosa música de fondo, él roncando iba roncando a mi lado.

Despertó. El león y el séquito que le hacía coro, se transformaron en gatos para devolverme una mirada fulminante que duró hasta la próxima estación.

Llegué a mi destino sin zarpazos, sana y salva…y bajé.

Al son que me toquen bailo

La falda volada de la señora de más de 40 causa tal sensación entre los bailarines, que parecieran secundarianos luciendo sus mejores pasos de baile ante ella.

Jóvenes entre los 40 y los 80 llegan al lugar, ahí no hay dolencias ni fríos, ya que el cuero es el que se arruga y no el alma, y cuando uno baila, baila con el corazón.

La pista, una rueda de concreto. Los músicos, una grabadora y cd´s. El evento: los sábados en la plaza de La Ciudadela.

Desde el 1,2,3 chachachá, pasando por el merengue y hasta un buen danzón, religiosamente los “jóvenes” se reúnen a darle brillo al cemento y bailar en las diversas pistas de baile, improvisadas en la plazuela, donde la tradición vive desde el México de los 40.

Los árboles y postes de luminarias, sirven de soporte para empotrar las lonas que cubren de las inclemencias del tiempo a los danzantes, ya que desde el amanecer hasta el anochecer, la pista está abierta tanto para el principiante, como el amateur, hasta para los lucidos profesionistas que van a “practicar” y sacar chispas al suelo gris.

El Charleston, el rock and roll de los 60 y la charanga suena al unísono pero sin mezclarse, y mientras unos descansan en la banca, otros, los más tímidos, bailan lejos de las pistas, escondido, como si esperaran dominar algunos pasos para una posterior visita en la que se lucirán frente al público presente.

Cachetes juntos, mano con mano… hombres y mujeres bailan sin notar el paso del tiempo, sin notar que el día acaba, y que los pájaros que emigraron esa mañana del jardín regresan ya que saben que el baile pronto terminará.

“La última y nos vamos”, marca con voz profunda y autoritaria el DJ de 60 años que gobierna la grabadora de la pista principal.

Zapatillas de tacón, mocasines, tenis y hasta botas se enfilan a bailar el último jalón del día.

En la pista del danzón, con sus parsimoniosos pasos, la banda deja de tocar y éstos dejan de encuadrar. Quienes traen sombrero dan las gracias, retirándose a los alrededores para comentar el día: quienes fueron y cómo y cuánto bailaron y hasta un con quien.

“Hasta el sábado”, se despide el DJ sesentón de la pista principal.

Los faroles iluminan lo que el sol dejó de iluminar, y un perro atraviesa la pista que empieza a vaciarse. Hombres y mujeres se van con una sonrisa en el rostro, en espera del próximo sábado en espera de ir a charolear y en la ciudadela bailar.