11 ene 2007

Leones durmiendo

De repente lo escuché. No daba crédito a lo que mis oídos captaban como antenas receptoras: a mi lado un león roncaba.

Es verdad que el D.F. es la selva de concreto, y que en ella hay personajes urbanos que te dejan sin aliento, pero ¿un león suelto?

Éste espécimen en particular me dejó sin habla por unos momentos y con una carcajada en los segundos siguientes, la cual al ver que mi vida corría peligro, pues despertar al rey de la selva no es cualquier cosa, me comí la risa.

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Encontrarse al rey una vez puede ser un honor; una segunda vez, puede ser casualidad; pero una tercera, es cuestión del destino: el león me perseguía por la ciudad.

Cuando un mamífero de este tipo duerme, he escuchado de buenas fuentes, que no es bueno despertarlos, ya que montan en cólera y tu vida puede peligrar: un zarpazo, un rugido… uno nunca sabe lo que puede suceder con estos felinos.

Lo cierto es que la tercera vez que lo encontré, no pude evitarlo y la risa tragada salió. Se despertó, y aunque con algo de miedo en mis ojos, el cuadro no podía ser más cómico y surrealista: En el metrobus, viendo la luna llena a través de la ventana y como iluminaba las calles vacías por la hora madrugadezca (5AM) y lo que podría ir acompañado de una melodiosa música de fondo, él roncando iba roncando a mi lado.

Despertó. El león y el séquito que le hacía coro, se transformaron en gatos para devolverme una mirada fulminante que duró hasta la próxima estación.

Llegué a mi destino sin zarpazos, sana y salva…y bajé.

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