27 abr 2010

A prueba

Quien me conoce sabe que no fumo, es un vicio que de plano, desde mi pubertad, no pude tomar, encaminándome entonces a otros más placenteros como los deleites que brinda un buen café.
Esto viene a propósito de que el maestro en turno trabaja para una tabacalera, y un comentario en clase despertó el recuerdo de un experimento que hice en un viaje hacía Guadalajara a mis tiernos 18 años. Recuerdo, que aunque no me gustaba mucho el sabor, decidí hacer una investigación de campo para demostrar qué beneficios sociales encontraba en el cigarrillo; la ilusa de mí pensaba que no tendría ninguno, pero cual fue mi sorpresa que encontré no sólo uno sino uno determinante y (para esa edad) importante: el cliché del ligue.
Con este experimento me encontré que una mujer sin fuego (para encender el cigarro) es una damisela en peligro para salvar, que una mujer solicitando un pitillo es una hembra en busca de... (o por lo menos así se leyó por los que me topé y se dieron con pared jajajajaja), que los amigos, café, cigarros y risas exhuberantes traen la curiosidad de quienes se encuentran alrededor buscando la manera de integrarse; que fumando sola siempre habrá un acomedido para acompañarte, y si tienes la última cajetilla de la fiesta eres la neta del planeta y en ese instante te vuelves popular. Es curioso lo que me di cuenta en ese experimento; sin embargo, en mi intento de ser fumadora al ver todo los beneficios que tenía al alcance de mi mano con este vicio, no me fue suficiente para encontrarle un "chiste" de gastar mi dinero en algo que me deja ver, poco más, que una locomotora de vapor ambulante (sin ofender a los fumadores que lleguen a leer estas letras). Así que después de ese experimento, me di cuenta que prefería ganarme tooooooooooodos esos beneficios apostándole a mi carismática forma de ser, al fin y al cabo, para qué pretender ser alguien que no se es.

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