14 ene 2010

La muchacha que siempre sonríe

Un "buenos días" con una gran sonrisa, le puede uno cambiar la perspectiva de las cosas a quienes te rodean. Eso lo comprobé ayer que me encontré a una vecina del trabajo. Después de dejar a Hans en la guardería, vi que en la acera de enfrente venía con unas bolsas de mandado ésta vecina, y me ofrecí ayudarla. Luego de tanta insistencia de mi parte dijo: "porque sé que lo haces de corazón, te voy a dar unas", y me dio dos bolsas.

Caminábamos juntas y me preguntó que si vivía cerca de ahí, porque pasaba mucho frente de su casa, y le expliqué que trabajaba para el Colegio pero que mi oficina estaba a espaldas de él, razón por la cual me veía muy a menudo.

Y contestó: "Con razón. Siempre que pasas le digo a mi hijo, 'ahí viene la muchacha que siempre sonríe'. Le digo a mis hijos que casi no hay personas que sonrían y den los buenos días o las tardes. Nada cuesta con ser amable con la gente".

El comentario me hizo sentir muy especial, lejos de egocentrismos o soberbias, me dio gusto que a alguien le alegraba verme aún sin conocerme, sin saber quién soy, por el simple y sencillo hecho de sonreirle por la mañana al pasar por su casa. Eso a su vez, me recordó porque en México la gente le llamaba la atención que les sonriera y saludara, hubo quien me dijo que no lo hiciera porque se notaría más que no era de allí. Luego de este comentario, creo que es una ciudad que sus habitantes han perdido la capacidad de sonreír sin motivo alguno, por el simple hecho de tener trabajo, porque amanecieron saludables, porque vieron el Ángel, por ver los árboles estrellas de Reforma, por ver a un niño correr, por cortesía, por reconocer al otro. Espero nunca dejar de sonreír, aun en los tiempo malos o de tribulación, porque uno nunca sabe a quien le puede alegrar el día con un simple "buenos días" con una sonrisa de oreja a oreja.

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