14 may 2010

Un vals

(Leerlo mientras se escucha el vals).
Sentada frente al balcón, veía pasar a la gente desde el segundo piso del departamento, en mis manos un boleto de camión. La decisión se tenía que tomar: quedarme o regresar. La Valsé D´Amélie que escuchaba hacía que el corazón latiera a mil por hora: “¿qué pasa si mi abuela fallece? ¿entenderá el por qué me quedo?... Es una ciudad hermosa, llueve todos los días”, el viento entraba por el balcón en ese momento, las hojas de árboles hacían ese sonido especial que pareciera aletear de aves, así mi corazón revoloteaba. Cerré los ojos, y veía, al compás del vals, todo lo que me esperaba, las aventuras, las lluvias que se acercaban, la tormenta en ese momento en mí… lloré. Una lágrima se desprendió de mis ojos que observaban mi interior, me invadía el miedo y la euforia de lo nuevo, de lo desconocido… “adiós abue”; en ese instante, junto con la primer lágrima que caía al suelo, la primera gota de lluvia de aquella tarde. Me levanté… sequé las compañeras de aquella que yacía en el suelo. Respiré profundamente. Un suspiro rayando en resollo menguó la tormenta interior, exhaló el terror. El viento que augura lluvia llegó: fuerte, irrespetuoso; me abrazó mientras lo enfrentaba al salir al balcón. Me así del barandal con firmeza, para no caer por el peso de la decisión tomada, para poder pronunciar el fallo que por semanas había aplazado: “me quedo”. Ella, mi amiga cómplice de la infancia, sonrió… “¡lo sabía!”. El revuelo del viento con olor a lluvia me abrazó de nuevo, en el fondo del departamento finalizaba el vals… las lágrimas tibias fueron perdiéndose en las gotas de lluvia que empezaban a refrescar el rostro. “Sabes que me gusta ver llover”.

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