4 may 2010

La mar

Las circunstancias son como el mar, uno el barco; el alma-espíritu, el capitán. Podemos encontrar momentos con un mar apacible, cielos despejados, buen viento para izar velas y el capitán ver el horizonte desde proa con la tranquilidad que las aguas mansas pueden dar.
En las noches el capitán, aunque no tenga una buena visibilidad de su alrededor, puede observar, contemplar el cielo, maravillarse -pese a la oscuridad- de la majestuosidad del firmamento, de la estrella guía, de su luna, de las fugaces y sus deseos... termina apropiándose de tal inmensidad.
Pero hay momentos que la mar desconcierta al capitán y tiene que sortearla ante la violencia inesperada de sus olas, la agresividad del viento, que juega con el barco cual papel en manos de un pequeño. Ante tal cuadro, el capitán puede sentir angustia, descontento, desconcierto ¡por qué si apenas unos instantes lo mecía dulcemente en sus olas, hoy parece reprochar hasta su respirar! Es ahí donde la casta marinera emerge y muestra a su tripulación por qué es él quien dirige el barco.
Pero en la tormenta pudo haber pérdidas humanas o materiales, pudo haber desperfectos... pero ninguna tan grave como para incorporarse de nuevo y seguir en alta mar.
Es bueno saber, como todo capitán, que aún en las tormentas más fuertes y en los mares más embravecidos... siempre llega la calma y el mar de nuevo muestra su tranquilidad.

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