Entras por la ventana acariciándome el rostro con tu luz. Obscuro el cuarto y tu, entrando como cuando consuelas a un hijo, callada, sólo acariciando y presentándote como sólo tu lo sabes hacer, cuestionando en silencio el motivo de mi pesar.
Y respondo: Quisiera...quisiera..sí, eso quisiera; pero de qué me sirve pregonarlo si no se va a conceder, si no puedo cerrar los ojos y fingir con eso que no puedo ver. La realidad nunca había sido tan cruel, y los castillos en el aire más etéreos e ingenuos que rayan en la estupidez de su arquitecta.
Te envidio, porque desde lo alto ves todo aquello que deseas ver, porque sabes a donde vas y tu camino a recorrer; mientras que yo sigo buscando sin encontrar.
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