24 mar 2008

Llantos

Si hubiese una paleta orígenes de las lágrimas que solemos derramar los mortales, podríamos nombrar tres divisiones: las de dolor, las alegres y las tristes. Las primeras son aquellas que se derraman cuando te cortas, te inyectan o te golpeas; vaya, tienen que ver con tu salud.

Las segundas son acompañadas con una sonrisa en los labios, entre carcajadas, e incluso hasta con brinco y bailes de júbilo. El motivo puede ir desde el nacimiento de un hijo, pasando por un presente que nunca pesaste que tendrías, hasta una hermosa sorpresa del ser amado.

Entre las tristes, la intensidad varía según el suceso: que te termine el novio(a), la despedida de un buen amigo al que pasarás mucho tiempo sin ver, o la muerte de un ser querido. Entre estas, no hay llanto más desgarrador que el de una madre que llora por su hijo muerto.

Sólo una vez lo he escuchado y es tan doloroso, que la piel se te eriza, e incluso uno puede empezar a llorar sin darse cuenta, pues el pesar es tanto que se trasmite y es inevitable unirte.

Estar expuesta a este dolor, ha generado un miedo en mi latente; que al momento de la tragedia ajena, para mí ya tiene un nombre. La idea en mi cabeza y la empatía hizo que rodaran lágrimas que traté de ocultar; para menguarse luego de borrar esa idea repentina.

Muchas veces me pensé invensible, con miedos disipables en el caminar...ahora, esa seguridad es un positivo falso.

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